viernes, 29 de enero de 2010

Los Éteres y sus funciones - en you tube -


CAPITULO II

EL CUERPO VITAL

Los Éteres y sus funciones

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Cuando analizamos el ser humano, encontramos en él los cuatro éteres: químico, de vida, luminoso y reflector. Estos cuatro éteres se encuentran en el hombre en forma diferente y activa, en su bien desarrollado cuerpo vital. Mediante la actividad del éter químico, se encuentra en condiciones de asimilar el alimento y crecer; las fuerzas del éter de vida le permiten propagar su especie; las energías del éter luminoso proporcionan el calor del cuerpo, a la vez que operan en los nervios y músculos, abriendo así las puertas de comunicación con el mundo exterior, por medio de los sentidos. Y el éter reflector finalmente permite que el espíritu controle sus vehículos mediante el pensamiento. Este éter es el que almacena las experiencias pasadas, en forma de memoria.

Los éteres químico y de vida constituyen la matriz de nuestros cuerpos físicos. Cada molécula del cuerpo físico está como sumergida en una red de éter que lo impregna y lo llena de vida. Merced a estos éteres se llevan a cabo las funciones corporales de la respiración, etc., y de la densidad y consistencia de estas matrices etéricas depende el estado de salud. 

Los átomos de los éteres químicos y de vida reunidos en torno de la simiente atómica nucleoar, en el Plexo Solar, tienen una forma prismática. Están todos situados en tal forma que cuando la energía solar entra en el cuerpo por el bazo, el rayo que se refracta es el rojo. Éste es el color del aspecto del creador de la Trinidad, o sea Yejovâ (Jehová), el Espíritu Santo, regido por la Luna, el planeta de la fecundación. Por consiguiente, los fluidos vitales del Sol, que penetran en el cuerpo humano por el bazo se tiñen con un ligero color de rosa, que muchas veces pueden observar los videntes circulando por los nervios, como sí fuera electricidad pasando por los alambre de una instalación eléctrica. Así cargados, los éteres químico y de vida son las vías de asimilación que preservan al individuo, y de fecundación, que perpetúan la raza. 

Durante la vida, cada átomo prismático vital compenetra un átomo físico y lo hace vibrar. Para hacerse una idea de esta combinación, podemos imaginarnos una canasta de alambre curvado espiralmente, que fuera de un polo al otro. Éste es el átomo físico, el que está formado de manera muy parecida al de nuestra Tierra, y el átomo prismático vital queda insertado desde arriba, que es el punto más ancho y que correspondería al polo norte de nuestra Tierra. Así pues, la punta del prisma penetra en el átomo físico en el punto más estrecho, que corresponde al polo sur de la Tierra, y todo el conjunto se parece a un trompo que gira y bambolea a la vez que vibra intensamente. Así es como nuestro cuerpo se llena de vida y es capaz de moverse. 

Los éteres luminoso y reflector son los conductores de la conciencia y de la memoria. En el individuo corriente se encuentran un tanto atenuados y no han tomado todavía una forma definida. Ínter penetran el átomo en la misma forma en que el aire ínter penetra una esponja y forma algo así como una ligera atmósfera áurica por fuera de cada átomo. 

Ya ha quedado demostrado por la ciencia material que los átomos de nuestro cuerpo denso están cambiando constantemente, de tal manera que toda la materia que compone actualmente nuestro vehículo habrá desaparecido en unos pocos años, a pesar de lo cual las cicatrices y otras manchas siguen conservándose desde la niñez hasta la ancianidad. La razón de este fenómeno reside en que los átomos prismáticos que componen nuestro cuerpo vital hermanen sin cambio alguno desde la cuna hasta la tumba. Siempre se encuentran en las mismas posiciones relativas; esto es, los átomos etéricos prismáticos que hacen vibrar a los átomos físicos de los dedos de los pies o de las manos, no cambian de situación y se van a otras partes del cuerpo, sino que permanecen exactamente en el mismo lugar en que fueron colocados al principio. Una lesión en los átomos físicos implica una impresión similar en átomos etéricos prismáticos. La nueva sustancia física que se modela sobre ellos continúa entonces tomando la forma y la contextura similares a los que tenía originalmente. 

Estas observaciones se aplican exclusivamente a los átomos prismáticos que corresponden a los sólidos y los líquidos en el Mundo Físico, porque asumen cierta forma definida que conservan. Pero, además, en la actual etapa de la Evolución, cada ser humano tiene cierta cantidad de éteres luminoso y reflector, que son los vehículos de la percepción sensorial y de la memoria, entremezclados en su cuerpo vital. Podríamos decir que el éter luminoso corresponde a los gases del Mundo Físico, y la mejor descripción que podríamos dar del éter reflector es la de llamarlo hiperetérico. Es una sustancia vacua, de color azulado, que se parece por su color al centro azulado de una llama de gas. Aunque se presenta como si fuera transparente y pareciera revelar todas las cosas, en realidad oculta todos los secretos de a Naturaleza y de la Humanidad. Los éteres luminosos y reflector son de naturaleza exactamente opuesta a la de los átomos etéricos prismáticos y estacionarios. Son volátiles y migratorios. Sea cual fuere la cantidad que el ser humano posea de estas substancias, siempre son la fructificación o cosecha de las experiencias de su vida. Dentro del cuerpo se mezclan con la sangre, y cuando han ido creciendo merced al servicio y al sacrificio que se hace en la escuela de la vida, de manera que ya no puedan quedar contenidos dentro del cuerpo, se los puede observar fuera de este como un cuerpo anímico coloreado de oro y azul. 

El azul es lo que muestra el tipo más elevado de espiritualidad, por cuyo motivo suele ser el más pequeño en volumen y puede comparare al corazón azul de la llama del gas. El color dorado forma la parte mayor y correspondería a la parte de luz amarilla que rodea al centro azul de la citada llama de gas. El color azul no aparece fuera del cuerpo más que en las personas de extraordinaria santidad y solo se observa generalmente el color amarillo. Al producirse la muerte, esta parte del cuerpo vital se graba en el cuerpo de deseos, con el panorama de la vida que contiene. Entonces se imprime en el átomo germinal o simiente atómica la quintaesencia de toda nuestra experiencia en la vida, como conciencia o virtud, que es lo que nos inducirá a evitar el mal y a realizar el bien en las vidas próximas. De esta manera la calidad de la simiente atómica varía de vida en vida. Y la quintaesencia del bien extraído de la parte migratoria del cuerpo vital en una vida es la que determina la calidad de los átomos prismáticos estacionarios y etéricos de la vida siguiente. Lo más elevado en una vida se conviene en lo más bajó de la siguiente, y así es como gradualmente vamos trepando por la escala de la Evolución hacia la Divinidad. 

Por lo que antecede se verá que el cuerpo vital es un vehículo de hábitos. Todos los padres saben que durante los primeros siete años de la infancia, en cuyo período se gesta este vehículo, los niños van formando un hábito tras otro. La repetición es la clave del cuerpo vital y los hábitos dependen de dicha repetición. Con el cuerpo de deseos no sucede así, pues el vehículo de los sentimientos y emociones está siempre cambiando de un momento a otro. Y aunque hemos dicho que el éter que forma nuestro cuerpo anímico está en movimiento constante y se mezcla con la corriente sanguínea, ese movimiento es relativamente lento si se lo compara con la rapidez de las corrientes del cuerpo de deseos. Podríamos decir que el éter se mueve con la velocidad de un caracol, comparándolo con la velocidad de la luz. 

Cuando el Ego se encuentra en camino por la Región del Pensamiento Concreto, el Mundo de Deseos y la Región Etérica, va juntando cierta suma de substancias de cada uno de ellos. La calidad de esta substancia queda determinada por la simiente atómica, basándose en el principio de que los semejantes se atraen. La cantidad depende de la suma de substancia necesaria, según el arquetipo que hayamos construido para nosotros mismos en el Segundo Cielo. De la suma total de átomos etéricos prismáticos que haya reunido en torno de él algún espíritu, los Ángeles Registradores y sus agentes construyen una forma etérica de materia física, que constituye el cuerpo visible del niño recién nacido. 

Sólo una pequeña parte del éter que ha reunido cada Ego se emplea así y el resto del cuerpo vital del niño, o mejor dicho, el material con el cual se irá formando dicho vehículo, queda fuera del cuerpo físico. Por ese motivo el cuerpo vital del niño sobresale muchísimo más de la periferia del cuerpo físico que el del adulto. Durante el período del crecimiento, esta reserva de átomos etéricos va siendo absorbida para vitalizar los crecimientos corporales hasta que, al llegar a la edad adulta, el cuerpo vital apenas sobresale de una pulgada a pulgada y media fuera del físico. 

La Escuela de Sabiduría del Occidente enseña como máxima fundamental que "todo desenvolvimiento oculto comienza siempre con el cuerpo vital". La parte del cuerpo vital formada por los éteres superiores, el éter luminoso y el éter reflector, es lo que podemos llamar el cuerpo anímico; esto es, está más estrechamente vinculado con el cuerpo de deseos y la mente, y es más obediente a los impulsos del espíritu que los otros dos éteres. Es el vehículo del intelecto y de todo aquello que hace del hombre un ser humano. Nuestras observaciones, nuestras aspiraciones, nuestro carácter, etcétera, se deben a la obra del espíritu en estos dos éteres superiores, los cuales se van tornando más o menos refulgentes de acuerdo con la naturaleza de nuestro carácter y de nuestros hábitos. Y de la misma manera en que el cuerpo denso asimila partículas de alimento y gana en carnes, así también estos dos éteres superiores asimilan nuestras buenas obras durante la vida y aumentan de volumen. Y según nuestras obras en la vida presente, aumentamos o disminuimos lo que trajimos al nacer. Por esta razón la Doctrina Occidental de la Ciencia Espiritual dice que todo desenvolvimiento místico comienza con el cuerpo vital.


del libro "Principios Ocultos para la salud y la Curación", de Max Heindel

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